domingo, 22 de junio de 2008

Una puerta

Abrió la puerta y un rugido de viento helado la hizo estremecer. Dio tres pasos para atrás, aunque ella hubiera jurado que fueron más. Su voz no habia cambiado y la mirada seguía transparente, transparente y profunda. Quería hundirse en esos ojos, viajar a través de ellos y ver qué era lo que realmente pensaba. Prendió un cigarrillo, el primero del día. No estaban nerviosos pero sabían que ese día iba a quedar grabado en ellos. No se negaban, no se esquivaban.
- Explicame por qué nos pasó esto- dijo él con desolación.
Ella no contestó. Simplemente trataba de recordar todos los momentos, cada uno de los momentos. Sus manos nerviosas -¡aquellas manos!- jugaban con el encendedor, no se quedaban quietas. El sabor amargo todavía permanecia en ella como un olor casi invisible y, haciendo fuerza para no llorar peleaba en soledad contra la memoria que la confundía con imágenes de mar de otro tiempo, de otra vida. Seguía hablando pero ya no lo podía escuchar.
Sentía cada vez que respiraba porque un aire cálido le rozaba el cuello. Sus manos estaban extendidas hacia atrás, vulnerable y estirada lo esperaba con emoción. Empezó a temblar cuando sus dedos iniciaron ese recorrido místico y largo antes de que el cielo se estrellara. No lo miraba a la cara, pero lo veia. La saliva dulce la saludaba como el rocío de bendición de la mañana. Ya no aguantaba más. Se producía el milagro privado y sólo ellos eran testigos.
-Basta, por favor- dijo con voz suave, imperceptible.
Cerró la puerta tras él y finalmente pudo llorar.

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