martes, 13 de noviembre de 2007

Para no olvidar

Sobre un cuadro de Lorenzo Corrales.

FANTASMAS DEL HAMBRE

Estaba como desnudo. Sus ropas sucias y malolientes parecían ser parte de la poca carne que revestía sus huesos. El rocío de muchas madrugadas lo volvían todavía más invisible. Había noches en que ni siquiera su bolsa parecía pesarle; flotaba en la oscuridad, deambulaba. Revisaba los tachos de basura con la destreza de un cirujano, y cuando por fin encontraba el tesoro despreciado por otros, lo sacaba con la delicadeza que tienen las flores silvestres. Lo observaba, lo olía. Se transportaba entonces a esos momentos de su niñez. Si no fuera por los aromas que todavía permanecían en sus narices pensaría que nunca tuvo infancia. Esa época en donde había sido feliz ¿había existido realmente?. Poco importaba ya. La música, las voces, el sonar de los vasos de vidrio chocándose unos con otros, el mantel amarillo, los ladridos de los perros. Pero sobre todo recordaba el sabor de los tomates dulces en el paladar, el ajo picado inundándole la boca con acidez, el romero áspero que se le atragantaba en la garganta. No podía describir los olores, pero los sentía, estaban ahí. Alejó de su cara la fruta podrida y acariciándola le retiró la capa de moho que cubría una parte de su superficie. La guardó lentamente en su bolsa que apenas estaba llena: unos menudos de pollo y unas cuantas plantas de lechuga machucada era lo único que había conseguido ese día. Tenía que dejar de perder el tiempo, ya estaba por amanecer y debía regresar a la casilla para preparar algo para comer.

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Frida con pájaros

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